En su visita a Brasil, George W. Bush firmó un acuerdo con Lula para fomentar el uso del etanol. Por debajo, se esconde un billonario negocio que podría convertir a Brasil en la Arabia Saudita del futuro...
A esta altura, los especialistas coinciden en que los tiempos del petróleo barato han quedado definitivamente enterrados. El precio de 50 dólares por barril, que hace unos años parecía récord absoluto, ahora ya parece un piso que no volverá a perforarse.
Y, en este contexto, en su reciente viaje por América Latina, el presidente norteamericano George W. Bush (curiosamente, descendiente de una familia petrolera) firmó un acuerdo con su colega brasileño Lula Da Silva para fomentar el uso de combustibles alternativos.
El destino del viaje estuvo bien elegido. De hecho, Brasil es uno de los países que más saben en el mundo sobre nuevas fuentes de energía. Desde hace ya varios años cuenta con un plan estratégico para fomentar el uso del etanol, un combustible producido a base de caña de azúcar.
Según el informe Positioning Brazil for biofuels success de la consultora McKinsey, el cielo luce despejado para el uso de esta fuente de energía limpia. Ante la tendencia alcista de los precios del petróleo, se espera un explosivo crecimiento de la demanda mundial de etanol que podría convertir a Brasil en la Arabia Saudita de los biocombustibles. De mantenerse la actual tendencia, hacia el 2020 Brasil podría exportar la friolera de 160 mil millones de litros.
Sin embargo, hay algunos nubarrones sobre el horizonte. Desde luego, no es sencillo pasar de producir los 17 mil millones de litros actuales a exportar 160 mil millones.
La producción de caña de azúcar no es problema. Para alcanzar el objetivo de ventas, los analistas de McKinsey estiman que Brasil necesitaría unos 11 millones de hectáreas adicionales destinadas al cultivo de caña. Para un país de las dimensiones de Brasil, esto no es ningún desafío.
Sin embargo, las dudas surgen cuando analizamos la parte industrial y la infraestructura de transporte de la cadena del etanol.
Actualmente, Brasil tiene capacidad de almacenar y transportar cuatro mil millones de litros anuales. Sin embargo, para convertirse en una súper potencia exportadora, se estima que serán necesarios unos 2.000 kilómetros extra de oleoductos y vías férreas. Nada que una inversión de unos 2.000 millones de dólares no pueda solucionar.
La cuestión verdaderamente crítica se encuentra en la fase de industrialización de la caña. Hoy, los 350 molinos brasileños procesan 460 millones de toneladas de caña anuales (aunque sólo la mitad se destina a la producción de etanol).
Ahora bien, advierten los expertos de McKinsey, por cada mil millones de litros adicionales, se necesitan cinco nuevos molinos a un costo de 120 millones de dólares cada uno. Haciendo las cuentas, para exportar 160 mil millones de litros, harían falta 600 nuevos molinos. ¿El costo total? ¡Noventa mil millones de dólares!
Muchos dudan de que Brasil esté en condiciones de realizar semejante inversión. La mayor parte de los productores de etanol son empresas familiares que carecen del capital para emprendimientos de semejante envergadura. Por otro lado, los mercados de capitales brasileños no son lo suficientemente fuertes como para proveer el financiamiento necesario.
De esta forma, la principal esperanza parece quedar en manos de las inversiones de compañías multinacionales. ¿Estarán interesadas en apostar por los biocombustibles brasileños? Veamos unos números...
Según estimaciones de McKinsey, hacia el 2020, el costo de producir un litro de etanol brasileño y transportarlo a Europa Occidental pagando todos los impuestos pertinentes y suponiendo márgenes razonables de ganancia dejaría un precio de venta al consumidor de 0,73 dólares por litro. ¿Cuál es el precio promedio actual del litro de combustible en las estaciones de servicio europeas? 1,60 dólares por litro. Más claro, échele agua.
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